Concierto de Aranjuez

No vi su rostro, el caminaba rápido, y repentinamente tuve el impulso de seguirlo y preguntar. La niebla envolvía la mañana tornándola más gris, y el sol tan absolutamente ausente era difícil de evocar. Aquel día, el mundo era así, gris. En el silencio apenas roto por sus pasos y los míos, y las hojas definitivamente muertas que a veces crujían al pisarlas, claramente podía escucharse su silbido. Una a una, y como un rio cristalino las notas. Era el Concierto de Aranjuez, de Joaquin Rodrigo. Me apuré, quise alcanzarlo pero de pronto no supe que preguntar, y quedé como encerrado en un cuarto oscuro. Me detuve. Los pasos y la música se debilitaron y fundieron con una campana que comenzó a sonar a lo lejos, y luego con el ruido del agua, un barco pequeño lleno de gente bajaba por el Sena. Volví a caminar pensando en los croisants, y el café, y en las reuniones que tendría ese 6 de Julio de 1999.
Por la noche, cuando leí en Le Monde que Joaquin Rodrigo había muerto en Madrid ese día, como en un escalofrío, supe por que, en la mañana, me había detenido.