Bueno, dijo, y sonrió. Voy a escribir para ti. Y de pronto sintió calor, como un fuego de leños de roble, que abraza el alma, en el frío nordico de Kobuk.
Algo cambió. Como si dejara de lado la perfección de Jacha Heifetz en el vigésimocuarto capricho y cantara con Vanessa Mae en la romanza número dos, opus 50, del ilustre sordo de Bonn.
Ahora será como la eterna disputa entre los taninos amargos del cabernet y la dulzura del merlot, pensó. Ya no importa lo que digan los dioses. Solo importa aquello de lo que sean capaces las palabras.
me gustan los textos cortos e inteligentes
ResponderEliminargracias
Como dice Recomenzar, un texto rotundo y contundente!
ResponderEliminarexistes, mientras te escriba
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